Arte en guerra: demanda selectiva y mercados más fríos
Lo estamos viendo con nuestros propios ojos: el esperanzador pistoletazo de inicio de ventas y subastas tras la pandemia está quedándose sin pólvora. El mercado de compra de arte, mayoritariamente conformado por personas cuya estabilidad en cuanto a vivienda y empleo no representan una preocupación inmediata, está hoy sufriendo los mismos miedos que la sociedad en su conjunto.
En lo que atañe a la cotidianeidad, el precio
del suelo subiendo por las nubes en los centros de las grandes ciudades
(llevándose la mitad o más de nuestro sueldo), y ligeros aunque notorios
cambios en las dinámicas de la compra básica - incluso hemos visto a
importantes figuras del ojo mediático desprenderse de propiedades como segundas
residencias o yates, o admitir que han empezado a comprar con mayor consciencia
y comparación de precios. Esta cautela puede parecer anecdótica o carente de
sentido, pero lo que deseo ilustrar es que en 2025 incluso los millonarios
están revisando adónde va y cuánto de su dinero. La recesión en naciones que
han sido siempre grandes potencias y a las que miran los demás países para
diagnosticar posibles cambios en la economía de los suyos propios genera un
efecto dominó de dudas, donde comprar arte pasa a tener otro orden de
prioridad.
No es un buen momento
para arriesgar, incluso cuando se tiene la posibilidad económica. Los
coleccionistas temen que si deciden deshacerse de la obra en un futuro les sea
difícil encontrar un comprador, debido a la incertidumbre actual.
De todas maneras, en este momento no se
esperan ver grandes inyecciones de presupuesto en cultura y específicamente
artes visuales en ningún país involucrado: el desvío de fondos públicos hacia
el esfuerzo bélico ha reducido inversiones en colecciones nacionales y
patronatos privados. Todo lo contrario: el conjunto del personal que trabaja en
museos y centros culturales está preocupado por el devenir de sus puestos ante
posibles recortes presupuestarios a cargo de sus gobernantes.
Por ejemplo, el
“Guernica” de Picasso fue retenido en el MoMA de Nueva York hasta la caída del
franquismo, como símbolo de la República. No fue sino hasta 1981 que retornó al
el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, donde hoy se puede admirar. El
traslado se llevó a cabo en un vuelo de Iberia desde el aeropuerto John F.
Kennedy hasta el aeropuerto de Barajas en Madrid. Su retorno a España se
consideró un símbolo del fin de la transición democrática y un gesto importante
en política, según el mismo museo.
Hoy, comprar a
artistas israelitas, o rusos, parece ser toda una declaración de principios que
nos traerá defensores y detractores.
En otros sectores como
la alimentación y la industria, se habla de la necesidad de un bloqueo a
productos de Israel. ¿Deben pagar por esto artistas, quizás disidentes del
régimen? Son preguntas que se me vienen a la mente, no busco daros la respuesta
ni transmitir mi opinión personal sino abrir debate sobre cómo nuestras
decisiones en tanto que consumidores configuran el panorama artístico actual.
Una de las cosas bonitas sobre el arte es que hay libre elección. Cuando se adquiere una obra de arte, idealmente se conoce en profundidad a su creador: sus motivaciones, inspiración, e ideas., Esto puede incluir conocer su línea ideológica, muchas veces presente en el objeto tangible.
Una postura posible
podría ser “el arte no es el gobierno”: comprar arte de un individuo no implica
apoyar su gobierno. Muchos artistas son críticos de su propio régimen y pueden
incluso usar las ganancias para financiar causas progresistas o disidentes.
Nadie elige ser odiado por medio planeta por lo que el tirano de turno, con
quien comparte nacionalidad y residencia, decida. ¿A dónde conduce demonizar a
un país entero, y por consiguiente sus producciones culturales tangibles e
intangibles? O más bien, ¿nuestra colección -del tamaño que sea- debe ser un
fiel reflejo de lo que pensamos?, o ¿podemos apreciar solamente un factor, como
el valor formal, o la síntesis empleada? ¿Podemos ayudar con nuestra decisión
de adquirir a un artista en el éxodo?
Otra postura sería la
de obligación de coherencia política. De lo contrario, es complicidad
indirecta: si el artista apoya explícitamente al régimen o no se ha posicionado
frente a sus abusos, comprar su obra puede ser visto como una forma de
validación o legitimación simbólica. El arte también puede ser utilizado como
herramienta de propaganda o lavado de imagen internacional, y financiar ciertos
artistas puede contribuir a ese blanqueamiento.
¿Se viene un resurgimiento del arte iraní? Leyendo mi newsletter semanal de ArtNet, ¿es casual que hayan incluido a Sirin Neshat en el apartado de Subastas online?
Todos esos
interrogantes suscitan la necesidad de pensar en las consecuencias de nuestras
decisiones como consumidores culturales.
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